El Dios del temor, el Dios del amor. Deus temoris, Deus, amoris.

  Aquel era un Dios cuidador. El de la liberación y el de la guerra contra los cananeos. Un Dios para un pueblo nómade y errante que buscaba su sitio. El otro, el del Nuevo Testamento, es el Dios de la paz, pues sin paz ni el comercio ni la industria prospera.
 Al primero se lo adora, se le ruega, se le suplica, se le teme, frente a las calamidades y la guerra contra los cananeos. Al segundo se lo ama como al prójimo. La ciudad ha ganado la batalla y ahora se le pide a Dios buenos negocios.
 Aunque el otro reaparezca  ante la muerte y unos se inmolen por Alá y otros por Cristo.



 

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