Desilución

Cuando tenía tres o cuatro años yo afirmaba que sabía leer. Recuerdo de una noche en la cocina de la casa vieja en la que con mis con mis hermanos estábamos envueltos en el sabor y el humo de las tortas fritas de mamá. En un momento ellos me preguntaron si yo sabía leer y les respondí que sí. Carli, el mayor, siempre alerta, se rió y me puso a prueba. Había un almanaque colgado a la pared y me lo señaló y me pidió una explicación. Y leí, y todos se rieron porque decían que yo estaba adivinando.
 Dos años después, el hermano Atilio, del primer grado de aquella escuela del olvido, me hizo pasar al frente, junto a su escritorio, para guiarme en las primeras sílabas. A su llamado subí a la tarima con la seguridad de saber leer y la molestia de ese trámite.
 Cuando me empecé a trabar en las sílabas y no acertaba a tejer sus significados me di cuenta que no sabía leer; pasé del mundo mágico al real.

No hay comentarios: