Hay que limpiar el ello de palabras.

El hombre y la bestia.

 La ley es mecánica. Los códigos lo confirman; cada ley repite el mismo movimiento de biela para todos. Legisla. Los hábitos, los horarios y los semáforos repiten su figura.
 Como si no fuéramos seres vivos, mamíferos vertebrados, y en cada día, en cada hora, en cada momento, seamos otro.
    

Crímen y Castigo - Fiódor Dostoievski

¡Confía y ya verás lo que te pasa!

                                        Raskolnikov

                                       

El Dios del temor, el Dios del amor. Deus temoris, Deus, amoris.

  Aquel era un Dios cuidador. El de la liberación y el de la guerra contra los cananeos. Un Dios para un pueblo nómade y errante que buscaba su sitio. El otro, el del Nuevo Testamento, es el Dios de la paz, pues sin paz ni el comercio ni la industria prospera.
 Al primero se lo adora, se le ruega, se le suplica, se le teme, frente a las calamidades y la guerra contra los cananeos. Al segundo se lo ama como al prójimo. La ciudad ha ganado la batalla y ahora se le pide a Dios buenos negocios.
 Aunque el otro reaparezca  ante la muerte y unos se inmolen por Alá y otros por Cristo.



 

Marcel Proust.

 Proust, en cierto sentido musical, es minimalista en la repetición de los temas. Primero como posibilidad, después como hecho y finalmente como recuerdo, variando el tono, como lo suelen hacer los músicos. Por eso pareciera que el tiempo no avanza y siempre estamos en el mismo lugar; la novela se hace lenta, como paladeando el instante desde diferentes ángulos del tiempo. Como  avanzando en una bicicleta sin ruedas. Excava el tiempo y si este ahora es ansiedad, lo suyo es pura melancolía, algo de Bach, repetitivo, donde los matices son el paladar del buen gourmet, o los aromas del vino.

La acechanza del tedio siempre esta presente en la obra tanto para los personajes como para el lector en un ejercicio que nos hace paladear la nada. Contrariando el terrible aburrimiento del que nos hablara Schopenhauer.

 También Proust es un impresionista al extremo donde no solo se aprecia lo visual, sino los aromas, los bordes, el tacto, los estados de ánimo, los puntos de vista –desde el presente, desde el pasado, desde el presente del pasado, desde el pasado del presente, abarcando todos los tiempos y posibilidades del lenguaje-
 Proust pareciera excavar en la nada, y de pronto, desde donde uno juzgaba como un lugar desechable, surgen imágenes como de una lámpara mágica.

Hubo un tiempo en que los hombres eran inmortales.

 Se moría a los treinta, a los treinta y cinco años, si no antes, en la plena vitalidad, a una edad en la que nos creemos eternos. La cultura con su batería de vacunas y prótesis nos ha alargado la vida al precio de sentir la muerte, día a día, nuestra vejez de achaques, y pensar en ella, y en filosofar, y erigir templos o teorías que la justifiquen.
Porque la dinámica del hombre no es la adaptación al medio, sino la adaptación del medio al hombre.

La ironía

Tal vez la ironía y el cinismo de la mediana edad sea tan solo una cura para la depresión. Un acicate morboso, una risa diabólica para aplacar el dolor, la desazón y los sinsabores de ese cuerpo que ha perdido su juventud.
La cultura es un juego de animales aburridos.
Digo, cultura, desde la comida francesa (Coq au vin o Pot-au-feu) hasta las obras de Picasso.